viernes, 12 de septiembre de 2008

LAS PERIPECIAS DEL GITANO QUE VENDÍA CUPONES

Déjame pensar, gitano cuponero. Ya han pasado las décadas suficientes para que te hayas jubilado, y ahora, en esta tarde de nubes e incipiente crepúsculo, me viene a las mientes tu lucha por la supervivencia en el transcurso de unas ferias aldeanas.
Aparcaste tu viejo utilitario muy cerca de la caravana de los turrones, la misma que todos los años, con la regularidad de un almanaque de la Caja Rural, se aposentaba en un rincón de la Plaza hasta la mismísima cola de Octubre.
Te desenvolvías por los veladores y los miserables de la Plaza, con los cupones en ristre y tus mercancias rifadas a costaladas, haciéndole la competencia al hermano Cofrades. Pero no convencías: veían tu tez morena, los cañones desaseados de tus mal rapadas barbas, tus ropas sudorosas, tu bocio palpable y tu ceño entre triste y amenazante. No convencías: parecía como si hubieses inspirado a Cervantes el primer párrafo de su novela ejemplar "La gitanilla".
En una de las raras ocasiones en que me sentaba a un velador de la Plaza, me pillaste por banda. Querías que te comprara un cupón para la rifa de un bonito carrillón de juguete, con su esfera de números romanos y su bello péndulo plateado. Me estabas haciendo hablar demasiado, y mi cortedad no encontraba las palabras adecuadas para expresarte mi desinterés por tu mercancía. Si hasta suena como ese reloj de Londres, intentaste convencerme... Pero al final te fuiste chasqueado, entre triste y amenazante, y ya el refresco de limón de la Vírgen del Valle no me supo igual.
Te vi malvivir a lo largo de esos días feriales. Dormías en tu polvoriento coche, protegido de los ardores del sol de septiembre por algunos trozos roñosos de cartón. Cogías pan donde fuera y siempre vaciabas en su endurecida miga latillas de sardinas; los gatos del tejado te observaban con inusitado interés, relamiéndose en la distancia.
Y de aquí llegamos a la víspera del Cristo. Te diste cuenta del rotundo baldón de tu raza. Supiste que por más que te desgañitaras anunciando tu mercancia, no ibas a conseguir vender los cupones que tu ilusión te hizo imaginar. Pobre gitano cuponero.
Entonces echaste mano a la botella ese día. Chorros olorosos descendían por las comisuras de tus labios, y desde tu papada llegaron hasta el arranque de tu cuello. Y vinieron las canciones orquestadas por los vapores de la botella, las canciones de las calles y de los bosques (título de una obra lírica de Víctor Hugo): "¡Aaaay que la llevo colgando y no se me cae, y no se me cae, y no se me cae...!".
Y desde el gaznate gorgoteante, el alcohol te hizo decir verdades como puños y pintó la vergüenza de la sociedad que hacía acepción de tu persona... Realmente, toda la vida me ha acompañado la vergüenza de no haberte comprado aquel cupón, pobre gitano cuponero.
Ya te habrás jubilado, y sólo espero que se hayan disipado las sombras de tinta que jalonaban tu camino por la supervivencia.
In memóriam por el gitano cuponero que vino hace años a nuestras fiestas.

El jardinero de las nubes.
http://eljardinerodelasnubes.blogspot.com/

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