Me llamo
Domingo Pardo Morena, nacido en Aldea del Rey, nuestro pueblo, hijo de José
Antonio y de Tomasa la del “Tío Juanillo”.
Crecí al
lado del Pilar, por todos conocido, criando lechugas, cebollas y acelgas, para
venderlas por las calles del pueblo, oficio enseñado por mi padre y mi madre,
así como otras labores del campo, hasta que marché para hacer el servicio
militar a los 22 años, con destino a África, concretamente a Sidi-Ifni.
Después de
licenciarme en el servicio militar, ingresé en la Policía Armada (hoy Policía
Nacional), unos meses en la Academia, las prácticas en Madrid y destinado a
Lérida donde estuve 34 meses hasta que me vine a Ciudad Real, pasando unos
años.
Ascendía a
Cabo (hoy Oficial de Policía) con destino forzoso a Eibar (San Sebastián),
cuando el terrorismo era más virulento, durante los años 78 y 79.
Por salir
de aquella parte de España, tan incómoda, y ser imposible regresar a la
plantilla de procedencia, solicité traslado a una unidad antidisturbios con
sede en Toledo, estando por un corto período de tiempo. Posteriormente cambié a
otra unidad de la misma naturaleza, ubicada provisionalmente en Ciudad Real,
durante 2 años, hasta que se la llevaron a Madrid. Se creó otra unidad de
similares características, con base en Ciudad Real, por un período de 10 años,
disolviéndose en diciembre del año 92. Con ello, a todos los miembros de dicha
unidad, se nos dio preferencia para elegir nuevo destino. Así decidí permanecer
en la plantilla de nuestra capital de provincia, hasta que pasé al régimen de
Segunda Actividad, a los 55 años de edad, terminando el oficio de Policía, pero
siguiendo ligado a la institución hasta culminar mi jubilación.
El trabajo
de Policía Nacional, o de Guardia Civil, más o menos similares en el desempeño
de sus funciones, no es tan cómodo como algunos piensan, sino que conlleva un
alto sacrificio y responsabilidad. Esto sólo lo conocemos los que pertenecemos
a dichos Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Toda profesión tiene su
propio sacrificio y responsabilidad, y no se puede criticar alegremente,
pecando de su desconocimiento. Dentro de estas instituciones no es lo mismo
estar en una plantilla más o menos cómoda que en una unidad antidisturbios,
como ha sido mi caso, siempre fuera de casa, sin estar con la familia, con la
maleta siempre preparada, recorriendo en furgonetas casi todas las capitales de
provincia y algunos pueblos de España, para prestar servicios en eventos de
variada naturaleza, con malos alojamientos, dietas ridículas, sin horarios, que
sabías cuándo entrabas de servicio, pero no cuando terminabas, con períodos de
días, semanas o meses completos, a distintos puntos del país donde se requería
nuestra presencia.
No me
gustaría extenderme mucho más ya que necesitaría varios folios para poder
contar todas las anécdotas, ratos buenos, y otros no tan buenos, pero no es el
caso porque, como ya he dicho anteriormente, algunos no lo comprenderían por
desconocimiento de nuestra profesión.
Y no
quisiera terminar sin mencionar a nuestras mujeres, especialmente la mía, que
han sufrido en silencio el sacrificio de esta profesión, tanto y más que
nosotros, siempre solas, criando a nuestros hijos, educándolos en valores y
estudios, en unos tiempos donde nos tocó a los de mi generación la transición a
la Democracia (años difíciles para ambos cuerpos de seguridad), e incluso
cuidar de nuestros mayores.
Ya me
despido, dando gracias al Cuerpo Nacional de Policía, que me acogió y me formó,
sirviéndole fielmente y, a Dios, de no haber tenido ningún percance, ni haber
sufrido enfermedad alguna y por haberme protegido de algunos peligros en esta
etapa de mi vida.
Gracias a
todos y recibid un cordial saludo de vuestro paisano.