lunes, 20 de diciembre de 2010

CUENTOS Y RELATOS; "LEÑADORES (4)" DE D. VALENTIN VILLALÓN

"Leñadores"

CAPITULO IV

Sintió Ángel abrirse la puerta del corral, miró hacia ella, y vio a Cipriano llegar eufórico y con ganas de salir pronto. No te preocupes, que las tardes de agosto son muy largas y nos queda tiempo para enganchar los animales, salir y llegar a Almagro con sol, hay mucha tarde todavía. Mi hijo me ha ayudado a ponerle el toldo a la galera y ya he preparado todo lo necesario, enganchamos y salimos enseguida. Ha dicho mi padre que llevemos el Romo y la Parda, que ya son delanteros, ya tienen años. Como han salido de la trilla con buenas carnes, aparentan menos años de los que tienen, parecen más jóvenes. Si los vendemos, con lo que nos den, y tres o cuatro mil reales que pongamos, nos acercamos a Cervera, compramos una yunta nueva y cuando llegue la sementera la domamos y así, poco a poco, vamos renovando la cuadra sin hacer grandes inversiones en animales, como no es mucho dinero el que tenemos que añadir, lo pagamos al contado, y así los compramos más barato, siempre se ahorra un dinero, que luego cuando los animales se van haciendo viejos, les da un cólico y mueren enseguida.

Escuchó atentamente Cipriano las observaciones que le estaba haciendo Ángel, mientras enganchaban la galera y pensó para sus adentros lo acertadas que eran, y que quizá por eso, marchaban tan bien y tenían un capital tan grande.

Salió la esposa de Ángel junto con su suegro y los hijos del matrimonio a llevarles la merienda para los días que allí estuvieran, le desearon suerte, le dijeron adiós y éstos emprendieron ilusionados el viaje a la feria que tan bien habían organizado por la mañana.

Por la calle del Concejo bajaron a la calle de la Virgen, y por las Peñuelas continuaron hacia la iglesia bordeando el cementerio, salieron al camino de Ciudad Real y de allí, enseguida, cogieron el camino de almagro . Son las tres, apuntó Ángel, antes de las seis estamos en Almagro. Movió las ramaleras y las mulas emprendieron un alegre trote que antes del tiempo previsto les dejó a las puertas de Almagro. Sacó Cipriano su bota de vino, se la ofreció a Ángel y le dijo: toma bebe, que estamos en Almagro y como tú habías previsto todavía no son las seis. Rieron ambos la ocurrencia de Cipriano, le dieron un tiento a la bota, y con tiempo suficiente se dirigieron a la cuerda. Aunque muchos habían llegado antes que ellos, quedaba todavía mucho espacio sin ocupar, y muy pronto encontraron el sitio que ellos consideraron el adecuado para instalarse.

Colocaron la galera de la forma que ellos consideraron mejor, desengancharon la yunta, le quitaron los arreos, y Ángel con la yunta de la galera y Cipriano con la yunta que tenían que vender, buscaron el pilar del agua para que bebieran los animales. Preguntaron por el pilar a los que allí se encontraban y muy pronto volvieron con su obra realizada. Ataron las yuntas en los varales, a cada uno de los lados de la galera, les pusieron paja y cebada abundante en las serillas y cuando el sol se despedía de los tejados, subieron ambos al carromato y se prepararon para cenar.

Sacaron sus merenderas y compartieron sus cenas. Ángel y Cipriano celebraron el feliz encuentro que por la mañana habían tenido en la calle Tahona. Durante la cena estuvieron comentando la suerte que ambos al encontrarse por la mañana, lo corto que el camino se les había hecho, lo a tiempo que habían llegado, el buen sitio que tenían en el centro de la cuerda, los buenos vecinos con quienes iban a estar en la cuerda, y lo tranquilos que iban a estar las noches que allí estuvieran, pensando que a dos hombres juntos nadie se les iba a acercar a robarles la cartera.

Una vez cenados, guardaron sus merenderas, recogieron las sobras, y cuando se disponían a fumarse un cigarro oyeron a los vecinos, que los llamaban y los invitaban a bajar de la galera a fumarse un cigarro con ellos. Aceptaron de buen grado la invitación y enseguida estuvieron sentados sobre unos capachos de paja en la galera de sus vecinos compartiendo tabaco y tertulia, mientras se oía a lo lejos el bullicio de la feria, y las trompetas y el tambor de los saltimbanquis anunciando la llegada del circo.

Fue una velada interesante la que mantuvieron Ángel y Cipriano con sus vecinos aquella noche. Hablaron de todo, de su trabajo, de sus familias, de sus pueblos, de los precios de los animales, de sus proyectos. Poco a poco fue decayendo la tertulia, y juntos acordaron retirarse a descansar. Había sido un ajetreado día, habían dormido poco la noche anterior, y aunque sus previsiones les habían salido bien, estaban cansados, les apetecía acostarse, el día había sido muy largo. Se despidieron hasta el día siguiente de sus vecinos y se encaminaron a su carromato. Era una buena noche de verano, extendieron sus colchonetas de paja debajo de la galera, pensando que iba a hacer calor, colocaron sobre ellas los cabezales, extendieron las mantas sobre las colchonetas, se descalzaron, y se dejaron caer sobre sus improvisadas camas. El sueño les estaba esperando.

Las primeras luces del alba les hizo despertarse, hacía frío, intentaron dormirse otra vez, se arroparon con las mantas y muy pronto empezaron a sentirse ruidos por todas partes. Los feriantes empezaban a levantarse, el frío de la mañana despertaba a todos, los animales al ver despiertos a los dueños, empezaron a removerse inquietos reclamando el pienso. Ángel y Cipriano no tuvieron más remedio que levantarse. Ya nada les dejaba dormir. Echaron pienso a los animales, y junto con sus vecinos de la noche anterior fueron a desayunar a la caseta de los churros, que estaba frente a donde ellos estaban aparcados.

Desayunaron café con churros sentados en una de las mesas de la caseta y decidieron permanecer un rato hablando hasta que los animales se comieran el pienso, para llevarlos a darles agua, mientras ellos se tomaban unas copas de aguardiente. Pronto empezaron a acercárseles gitanos, mientras les ofrecían sus servicios a unos y a otros, continuaban acercándose más gitanos. Esto hizo inquietarse a Cipriano y le hizo sentir que podría perder el burro antes de comprarlo. Por eso, cuando los gitanos preguntaron a Cipriano por lo que éste iba a comprar les dijo, que él no iba a comprar nada, y que él sólo era un criado de Ángel y estaba con él para echarle el pienso a los animales, para darles agua y hacer cualquier otra cosa que su amo le mandara. Viendo los gitanos, que estos payos todavía no estaban dispuestos a hacer sus compras, poco a poco se fueron retirando, con el consiguiente alivio de Cipriano, que empezó a respirar más tranquilo y a sentirse mejor.

Cipriano, un poco más tranquilo, y Ángel, socarrón con el miedo que Cipriano había pasado con los gitanos, se despidieron de sus vecinos, dejaron los churros, los cafés, y las copas de aguardiente, y más tranquilos volvieron a su carromato. Sobre todo Cipriano, respiró una vez que los gitanos abandonaron los churros. Cogieron las yuntas y fueron a buscar el agua para los animales. Terminado esto y apiensados los animales, no les quedaba otra cosa que hacer, que cumplir lo que a cada uno le correspondía hacer en la feria. Ángel tenía que vender, y Cipriano tenía que comprar, y esto no lo podían hacer juntos. Ángel tenía que esperar a los compradores y Cipriano tenía que comprar un buen burro, y cada uno tenía que coger un camino distinto. Había llegado la hora de separarse.

Habló Ángel a Cipriano diciéndole: mira, date una vuelta por la cuerda, y busca el burro que necesitas, yo tengo que quedarme aquí por si llega alguien y se interesa por la yunta que tengo que vender. Busca lo que te guste, pide precio, y cuando hayas visto lo que hay, me llamas, le digo a los vecinos lo que quiero por cada uno de los animales, y nos vamos los dos, vemos los que más te hayan gustado detenidamente, y tratamos de ellos. Cuando oyó Cipriano la propuesta que Ángel le estaba haciendo, vio el cielo abierto, la aceptó moviendo la cabeza de arriba abajo, y cada uno salió a cumplir lo que Ángel había propuesto y ambos habían acordado.

Se iba Cipriano, cuando tropezó con sus vecinos que venían de los churros, al tiempo que él salía buscando a su burro, sin una idea muy clara de lo que buscaba. Recordó, nada más verlos, el romancero popular que venía en la gramática de la escuela, y de él los versos, que había leído en tantas ocasiones, y que en tan buen lugar de su cerebro guardaba. Se los dijo a sí mismo: Si alguien quiere mandar / recados a los infiernos, / la ocasión la pintan calva. / Mi suegra se está muriendo.

Cuando Cipriano llegó a la altura de sus vecinos, se paró con ellos y les preguntó: ¿Qué pasa, todavía estáis de aguardiente? Contestaron afirmativamente con la cabeza, y a continuación le dijeron: ya nos vamos, vamos a esperar a los de la carne. Los animales que traemos a vender, son para hacer chorizos, y esta gente no suele llegar hasta después de las diez, así que con los que estamos para vender las bestias que hemos traído, tenemos tiempo suficiente para en poco tiempo solucionar lo poco que tenemos que hacer. Oye, dijo Cipriano, y si tan poco tenéis que hacer, ¿cómo no os venís uno conmigo y me ayudáis a buscar lo que necesito? Yo de animales sé poco, mejor dicho, no sé nada, así que si podéis prescindir de uno de vosotros, os lo agradecería a todos. Para hacer lo que tengo que hacer parto de cero. Los animales, sé que existen, los he visto en la calle y alguna que otra vez en el campo.

Márchate tú con él, le dijo el padre al mayor de sus hijos, a ti te gusta esto mucho, entiendes más que nosotros y eres quien mejor le puede aconsejar. Darle una vuelta completa a la feria, observando todos los burros o burras que encontréis, preguntar el precio de aquéllos que os gusten, no os comprometáis a nada con nadie, y sobre todo Cipriano, tú no saques un real de tu bolsillo para dárselo a nadie. No habléis con gitanos por ningún concepto, y cuando terminéis venir por aquí, que ya iremos Ángel y yo con vosotros y nos pondremos de trato si hace falta. Quedó Cipriano satisfecho y agradecido con las palabras de su vecino, y junto con Antonio, fueron a explorar la feria.

Fdo. Valentín Villalón
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