lunes, 19 de diciembre de 2011

"LOS CUATRO MONAGUILLOS" - CAPITULO V - DE ANTONIO MORENA

CAPÍTULO V

LOS NUEVOS MONAGUILLOS


Los monaguillos, monagos o acólitos teníamos un status social en el pueblo: íbamos a las bodas gratis y al convite de las hermandades. Nos sentábamos con la chiquillería de invitados, y una vez superada la vergüenza de “colarse por la cara“, aunque fuera eclesial, nos hartábamos de refresco y de pastas de la tierra.

Mi primo Benito, cuando me quería hacer de rabiar, me decía: “¡Antonio, ya vais de gañote los monagos!”. Hubo gente que nos miraba raro. “Éstos se han colado”, pensarían; pero al saber de nuestra condición, no ponían reparos. En general, éramos bien recibidos.

En mi época de monaguillo, la iglesia estuvo llena de nuestra alegría desenfada, bulliciosa, amenizada de anécdotas y peripecias. Alegramos los últimos años de la vida de D. Pablo. Dimos pie al magisterio truncado de Lorencico, con sus reprimendas y sermones, y, sobre todo, adorábamos a D. Vicente, que nos formó como monaguillos y como personas.

Luis, Luisito, hijo de la Julia y de Emilio, era un chaval de unos ocho años. Adornaba su cara con una eterna sonrisa y unos ojos chispeantes de alegría. Se mostraba inquieto, bullicioso y vivaracho. Campechano con todo aquel que se le acercaba, pronto sintonicé con él. Intimamos mucho, y siempre estábamos juntos.

Teníamos casi el mismo físico, la misma estatura (aunque yo era casi dos años mayor), y la gente nos confundía vestidos de monaguillo. Llegamos a compenetrarnos tanto, que con una sola mirada sabíamos lo que pensábamos el uno del otro.

Vivía en la plaza de Las Peñuelas, muy cerca de la iglesia, como yo. Nos conocíamos desde pequeñitos por haber sido siempre vecinos del mismo barrio. Acudió de los primeros a la cita con D. Vicente, y juntos formábamos la pareja que asistía al cura en la parroquia.

Vicente, el hermano de Sacramento, antiguo monaguillo, era vecino de D. Pablo y el hijo menor de una familia numerosa. De la edad de Luis, casi también de la misma estatura, lucía una cara redonda, a juego con su físico, y de tez muy morena. Tímido y callado, parecía más niño de lo que aparentaba. Muy bueno y obediente, pronto formó con todos nosotros una piña. Junto a Dionisio, formaba pareja ayudando a misa a D. Pablo en la ermita. Como parecía el más pequeño (todo tiene su jerarquía), le queríamos mucho y le defendíamos cuando se peleaba con otros chicos, pues a veces gastaba mal genio.

Dionisio, Dioni, era un año y medio mayor que yo. Pronto lo consideramos nuestro líder. Alto, desgarbado, con el pelo a cepillo y un flequillo en la frente, ostentaba un aspecto de mozalbete. Era muy espabilado y razonaba como una persona mayor. Tenía mucha habilidad en los juegos, en el gua, el fútbol y en cualquier otra actividad de carácter lúdico. Serio y asumiendo el nuevo rol de jefe de los monaguillos, llevaba la voz cantante, y nuestra jerarquía establecida le encargaba los recados más serios. Siempre que jugábamos a “los armaos”, al fútbol o a cualquier otro juego, él lo dirigía y escogía el personaje que más le gustaba.

CONTINUARÁ…

Antonio Morena Ruedas.
 

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