miércoles, 6 de junio de 2012

RUTA DE HUERTEZUELAS "EL PEDAL"

RUTA DE HUERTEZUELAS (3 de junio de 2012) Santiago Ciudad

Sobre el mapa la cosa estaba clara, pero Huertezuelas por camino resulta estar más escondida de lo que aparenta.
Salida de calle Buztos a las 8,30 horas. Seis componentes iniciamos la ruta con la idea de acercarnos a Huertezuelas, una vez conocido el camino que parte de La Alameda. Por el camino del Cortijillo accedimos a la carretera de Belvís, La Alameda, El Pardillo, hacia Puertollano. Pedaleando a buen ritmo llegamos a La Alameda donde uno de los componentes del grupo decide dar la vuelta. El resto continuamos y, subida la primera cuesta a la salida de la población, giramos en el segundo camino a la izquierda. Se inicia ahí exactamente el llamado Camino de Huertezuelas, al menos eso ponen los mapas consultados y por un buen camino, ancho y bien compactado, vamos recorriendo los primeros kilómetros en un continuo sube y baja (lo que en el argot ciclista se denomina “rompepiernas”) para, una vez realizada una importante y larga subida con el plato más pequeño, paramos a las puertas de la finca “Ruilobo”, continuando la ascensión hasta la casa de la “Finca Cabañas”, caserón grande, con varias edificaciones y donde parece vivir gente estable. Seguimos avanzando en grupo y el camino comienza a deteriorarse, la ascensión se suaviza pero sigue picando siempre hacia arriba. Hemos entrado ya en el corazón de Sierra Madrona. A uno y otro lado del camino, especialmente a la izquierda, un inmenso panorama de pequeñas lomas y alcores va apareciendo ante la mirada del caminante, en este caso, “pedaleante” –si se nos permite la expresión. El paisaje se ensancha y, lejos de lo esperable, pequeños valles van sucediendo con el frontón de fondo de los picos más altos de Sierra Madrona. El bosque mediterráneo se enseñorea a diestro y siniestro, singularmente a base de lentiscos, coscojas y encinado de bajo porte; no falta el jaral ni los enebros. El engranaje piñón-plato-cadena no ceja en su interminable recorrido y poco a poco nos vamos asomando a una nueva casa de la Finca Cabañas.
Inopinadamente un vehículo todo terreno ocupado por dos jóvenes marroquís se interpone en nuestro camino para indicarnos que, a partir de cierto punto del camino, que efectivamente está señalado y que en otra ocasión los Santiagos no vieron, “está prohibido el paso”. Curiosamente el propio dueño de la finca había indicado a Ciudad y Real que ese era el camino de Huertezuelas y que el pueblo quedaba de ese punto a unos 12 o 14 kilómetros. Tras una amena conversación con amago de conflicto diplomático internacional se nos muestra franco el paso pero, recorridos unos cincuenta metros, el grupo decide darse la vuelta y volver por el mismo derrotero pues ante ellos se contempla una barranca de dimensiones mastodónticas con una bajada inmensa y muy inclinada para, a renglón seguido, iniciar una ascensión que se nos antoja muy, muy dura. Situados en este punto, ante nosotros se extiende una red de tres o cuatro caminos, pero nadie sabe cuál es el que buscamos. A unos lugareños perdidos en plena sierra preguntamos y se nos informa  que probablemente el camino que vaya a la carretera de Huertezuelas sea uno que no es el que seguíamos. Dicho y hecho, allá se va el grupo profundizando en la espesura de la Sierra Madrona. Dos caballos salvajes, hermosísimos nos ven pasar poco antes de, a la sombra de un inmenso lentisco y ya metidos totalmente en lo más agreste de la Sierra, parar a avituallar siendo muy comentado el “incidente diplomático” que nos hace pasar un buen rato de jocosidad y risas.  Al reiniciar la marcha, una de las bicicletas ha pinchado. Gracias a las inestimables manos de Botica, Juli y Luis la bici está reparada en un abrir y cerrar de ojos. Sin saberlo nos encaminábamos a la boca del lobo.
El camino sigue estando bien trazado, pero ha adelgazado sensiblemente su anchura y se dirige inexorable hacia el río Fresneda (al menos eso barruntábamos). Comienza un largo y prolongado descenso que nos lleva varios kilómetros. Llegados a una paraje extraño con casas derruidas, una especie de minilla, una casa presuntamente habitada, una pequeña nave perdida en el monte, se nos plantea un dilema: el camino se abre en dos. ¿Cuál tomar? La lógica nos dice que estamos cerca del río Fresneda y pensamos que un caserío que se divisa en lontananza a la izquierda será la casa de Las Chicotas, por lo tanto elegimos el camino que columbra hacia allí. (A estas alturas sinceramente estamos perdidos, seguimos avanzando por intuición pero sin saber a ciencia cierta dónde vamos a ir a parar). Para nuestra desesperación nos hemos metido en una pista forestal que creemos nos llevará al río, eso sí entre subidas y bajadas imposibles, tan imposibles algunos de esos repechos que nos bajamos para bajar y nos bajamos para subir.  Finalmente y de modo abrupto, cuando hemos terminado una bajada muy pronunciada, nos encontramos con el río Fresneda en un lugar imposible, literalmente atrapados en una ratonera. La pista se acaba, el río no se puede cruzar y al otro lado no hay camino, ni senda, ni vereda ni nada de nada transitable.  Nos encontramos en un pozo profundo rodeados de naturaleza salvaje, cerros y picachos altísimos, roquedos impresionantes y con alguna preocupación de cómo salir de allí.  Al final, viendo las circunstancias, se decide volver por los mismos pasos, eso sí, ahora ya casi no se puede pedalear para salir de la cárcava, así es que, empujando a las bicicletas, montando a ratos y a pie otros fuimos desandando el camino.
La peripecia no quita el que hayamos disfrutado de unos parajes propios de los mejores documentales. Los arbustos del bosque mediterráneo se muestran aquí en  toda su variedad y con los mejores ornatos. Labiérnagos gigantescos, acebuches, jara blanca, jara de estepa, jara morisca, coscojales, enebros, lentiscos, cornicabras, aulagas, perfumadas retamas nos van escoltando en nuestros pasos de regreso. Hasta un rarísimo lirio campestre hemos podido observar, de cuya debida cuenta da el excelente reportaje de nuestro compañero Luis Pardo. Un verdadero placer para los sentidos esta ruta con final imprevisto, pero que recordaremos siempre.  Cuando entrábamos de vuelta en Aldea, más de 61 kilómetros habían rodado nuestras monturas. Si me preguntáis por la dificultad, creo que andará entre media y alta.
 

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