miércoles, 19 de octubre de 2011

"LOS CUATRO MONAGUILLOS" - CAPITULO I - DE ANTONIO MORENA


Antonio Morena Ruedas me envió un correo hace ya un par de años. Se encontraba disfrutando del colorido otoñal de su colección de bonsáis, cuando me confió el proyecto de acopiar algunas notas sobre sus años de infancia en Aldea del Rey. Entonces, con las limitaciones impuestas por una relación epistolar y un anonimato obstinadamente mantenido por mi parte, le alenté a no cejar y a trasladar al papel la nebulosidad de unos recuerdos que se remontaban a medio siglo atrás.

Una calurosa noche de julio del año en curso, recibí un nuevo correo de Antonio. “Aquí está el libro, Julián, ¿querrás leerlo?”. ¿Leerlo? Tras salvar el imprescindible trámite del prólogo, puede decirse que devoré la historia como Saturno hiciera con sus hijos. Me adentré en el corazón de la madrugada con los párpados pesados, la sonrisa insinuante y el corazón jubiloso. Las letras de mi amigo habían conformado un bello entramado de saudades, inocencias, cuentos ya sólo accesibles a la memoria de aquéllos en cuyas sienes el tiempo tejió la plata de la sabiduría… Y di gracias por haber leído el libro que siempre quise leer, ambientado en una Aldea antañona y, a poco que nos descuidemos, prácticamente olvidada.

Este libro custodia unos tesoros no comunes en la historia literaria de Aldea del Rey. Un relato de niños bien urdido y con sólida raigambre. Lo que muchos conocimos en base a rumores, se verá aquí reflejado con un extraño colorido que sobrepuja la tonalidad sepia de los recuerdos. En este libro están las risas, las travesuras, las lágrimas, las esperanzas de una generación que conoció una Aldea adoquinada, con los muros encalados, los chubascos interminables y los sonidos del aire en una veleta solitaria. Aquí se encuentra la vida en sus más ingenuos inicios.

Antonio, te agradezco el esfuerzo que nos ha traído este retablo de maravillas. Hay muchas argucias de las que se vale Dios para conducirnos por sus caminos. En tu caso, has trazado una senda donde la fragancia del rosal y el canto del pájaro preludian el remanso de paz en el cual el alma ríe, llora, exulta, siente, en suma, el placer de revelar el interior de viejos arcones, relegados por una vida que discurre demasiado rápido y que no es más comprensible que la que ya forma parte de los recuerdos alejados.

Antonio, llegó el momento de que tu palabra nos haga compañía.

Tu amigo Julián, “el jardinero de las nubes”.


" A mis hijos Alex y Céline, para que escuchen la voz del niño que todos llevamos dentro "

Capítulo I

MI PUEBLO


Me llamo Antonio Morena Ruedas, voy a hacer 8 años y estoy en la clase con Don Antonio Ibañez, un buen maestro, severo y de pocas sonrisas. Una varita que le sirve de regla hace el trabajo de la persuasión con los díscolos y poco aplicados. A veces al que hace las cuentas bien le regala una goma. En su clase no se oye el vuelo de una mosca. Yo me aplico y me distraigo más, pero como no soy torpe ni listillo, pues sobrevivo entre el miedo y los juegos infantiles. Tengo muchos amigos, pues no me peleo con nadie.

Cuando los lunes llegamos a la escuela, los maestros preguntan quiénes han ido a misa. La mayor parte no ha pisado la iglesia, pues a unos se les ha olvidado asistir y el resto ha tenido que ayudar a sus padres en la huerta, la siega, vendimia, aceituna… Entonces los compañeros de mi clase me miran con ojos pedigüeños, y muy bajito les susurro que el cura iba vestido con casulla verde o blanca o morada… Es que el maestro quiere asegurarse de si han asistido o no. El que no sabe ni lo que dijo el cura en el sermón, ya adivina lo que le espera: el chico extiende la mano y el maestro, con esa regla corta y marrón brillante por el uso, le atiza los dos reglazos reglamentarios, uno en cada mano. En el recreo me asedian muchos chicos de otras clases para saber cómo iba vestido el cura y lo que dijo. Por eso tengo buena fama y me respetan.


Mi pueblo se llama Aldea del Rey. Es un pueblo de la provincia de Ciudad Real, de Castilla La Nueva. Aunque su nombre sugiere pequeñez, no lo es y sí lo es, si lo comparamos con los grandes pueblos de La Mancha. En el libro donde buscamos de qué color es la casulla para la misa del día, pone que en Aldea del Rey hay 4.650 habitantes. Lorenzo, el sacristán, nos dice que hace muchos años tuvo más de 6.000 personas. Con Dionisio, Luis y Vicente, que son monaguillos como yo, nos entretenemos hasta la hora de la misa en ver los pueblos que son más pequeños que Aldea. Hay bastantes. Ya no nos parece que nuestro pueblo sea una aldea “pequeñaza”. Los hay mucho más chiquitos.

Mi madre se llama Magina Ruedas Merino. Aunque aquí en mi pueblo, cuando nos preguntan: “¿Niño, tú de quién eres?”, todos respondemos: “Yo soy de fulano y de mengano”, o con el apodo, si no es ofensivo. Como no tengo padre, yo siempre digo: soy de La Magina. Mi madre es pantalonera; hace pantalones, pero cose también chaquetas y sabe hacer camisas. Tengo dos hermanas que son mayores que yo: Pilar y Carmen. Mi madre les dice que tengan cuidado de mí, que no me vaya a las eras ni al arroyo ni a La Cará, no sea que me pase algo. Siempre están así. Yo me escapo de su vigilancia, toda vez que se me presenta la ocasión, con los amigos de la calle: Félix de la Esperanza, Félix de Luciano, Félix de Melitón, Dioni y otros. Pero la mayoría de la tardes la explanada de la iglesia se ocupa con nuestra presencia jugando al fútbol, a las bolas, a la tángana, a la bardilla o al escondite.

Mi pueblo tiene una parroquia bajo la advocación de su patrón, San Jorge, y una ermita donde se venera a la Virgen del Valle, su patrona. Algunas cofradías y hermandades se visten y salen en las fiestas y procesiones de la Semana Santa, de la Feria en honor de la Virgen del Valle y del Cristo, de San Jorge y en las fiestas de santos como La Candelaria, San Antón, Los Sagrados Corazones, La Virgen del Carmen, San Isidro y otras.

La gente de mi pueblo es muy trabajadora y honrada. Viven muchos agricultores (los que más abundan) del fruto que le sacan a la tierra como cereales, vid, olivo; y de los de huerta, como la famosa berenjena de Almagro (criada aquí, sin embargo, en mi pueblo de Aldea y que desde hace poco la aliñan en una fábrica que han creado varios aldeanos.) Hay numerosos rebaños de ovejas, y, naturalmente, con sus respectivos pastores y mayorales. Mucha gente cría pollos y gallinas ponedoras. En la escuela el maestro nos ha dicho que se llaman “explotaciones avícolas y porcinas”; que porcina se refiere a puerco, o sea, el cerdo. Hay también granjas de patos y conejos. El padre de mi amigo Rafa, el practicante, fue el primero en criar patos y conejos. Los agricultores ricos tienen bodega propia, pero hay por los menos seis o siete bodegueros que compran la uva al resto de los agricultores. El vino que se produce es de uva airén, de la que se obtiene vino blanco.

También existen una fábrica de harinas y uno o dos molinos de pienso; varios talleres de carpinteros y otros tantos de hierro, así como herreros, uno o dos mecánicos y dos taxistas. Seis o siete panaderías, otras tantas tiendas de ultramarinos, lo mismo de telas, y algo menos de bares: el casino, el de Anastasio (“Copita”) y el de Vázquez. Dos o tres sastres y varias costureras y modistas. Viven de su trabajo algunos zapateros y guarnicioneros, que abastecen de calzado y arreos a la numerosa población de Aldea y sus caballerías.

Además hay dos familias que se dedican a hacer cal y les llaman “Los Calerines”. Tienen unos hornos en sus patios, cerca del Pilar, al lado de los huertos de mi abuelo Juanillo, y allí echan las piedras calizas y con el calor se vuelven muy blancas. Luego se convierten en cal viva, que se utiliza para enjalbegar las paredes de las casas de un pueblo tan blanco como Aldea del Rey.

Hay dos o tres arrieros que van por los pueblos y caminos comprando y vendiendo cosas, a lomos de reatas de mulas y borricos. También hay varios leñadores que abastecen de leña, jara, aulagas, chaparro y encina a los hornos de pan. Y un aguador (mi tío Félix y sus hijos Felixín y Juanito), además de los aguadores que traen con un borrico el agua agria del “Yejo”.

Por lo menos hay seis o siete maestros albañiles, con sus correspondientes peones y oficiales, que construyen y arreglan las casas del pueblo. También trabajan en las canteras de Miró una decena de canteros, preparando adoquines para pavimentar las calles de Aldea. Los que no tienen tierra ni un oficio con el que ganarse la vida, sacan jornales con los agricultores, bien recogiendo aceituna, en la vendimia, escardando, en las huertas, podando parras y árboles y cualquier faena que precisa el campo. Muchas mujeres y jóvenes, cuando acaba la época de las faenas agrícolas, van a rebuscar espigas de trigo y cebada, uvas, tomates y cualquier hortaliza, así como aceitunas, etcétera.

Mi pueblo tiene una biblioteca que la regenta el maestro nacional D. Francisco y a veces lo sustituye D. Ramón; un casino de la Amistad y un grupo escolar titulado “Maestro Navas”, en honor de un maestro oriundo de Aldea y que donó los terrenos para la construcción de la escuela pública que ahora lleva su nombre. Además hay una escuela privada llevada por las “maestras Sabinas”, situada en la plaza de José Antonio y a la que acuden los niños y niñas que no tienen plaza en la “Escuela Nacional”, que así se dice.

En el Ayuntamiento trabajan varias personas, como el Alcalde D. Marcelino Sánchez, el secretario D. José Luis Urribari, D. José Antonio y D. Pablo, un alguacil, el Sr. Ciriaco y el Sr. Venancio, el pregonero, los serenos, que son tres señores muy serios: El tío Salustiano es el enterrador y se encarga de preparar las sepulturas a los que se mueren. Pero como los vivos no quieren saber de los muertos, le dejan al tío Salustiano la organización del mismo, y cuando vamos a enterrar a los muertos, el cura apenas puede pasar porque las tumbas se hacinan unas encimas de otras.

En la Sindical, un edificio vistoso de ladrillo rojo, dicen que de estilo moro y que fue construido con las cuotas de los sindicalistas de antes de la guerra, trabajan dos personas: el Sr. Társilo y su ayudante, Guillermo. Allí ensaya la banda de música de Aldea del Rey, que tiene mucha fama y mi madre quiere que me meta para aprender la solfa y hacerme músico como fue mi padre. Ella guarda en un viejo arcón su ropa de músico, una camisa azul, una boina roja y el instrumento: un trombón pequeño de tres pistones pero que unos músicos dicen que se llama “Alto”. Cerca de la boca tiene gravadas esta letras: Maison (1812) Couturier Pelisson. Guinot & Blanchon LYON- PARIS; y más abajo: Casa ERVTI – San Sebastián.

CONTINUARÁ…

Antonio Morena Ruedas.
 

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