Capítulo X
VICENTE RESUCITA
Conocíamos
nuestro oficio como la palma de nuestra mano. La iglesia para nosotros no tenía
secretos. Dominábamos los cánticos, las respuestas en los rezos de cualquier
ceremonia y, cómo no, jugábamos a representar la liturgia.
Fue, si mal no
recuerdo, el año que D. Vicente estaba en Argentina. Se había instalado el
catafalco de Semana Santa en el pasillo central de la iglesia, una tarde en que
ésta estaba vacía. Dioni y Vicente
nos gastaron una buena broma a Luisito
y a mí. Hicieron como que se iban a sus casas, y nosotros nos quedamos
rezagados en el corralillo, terminando la partida de canicas al gua. Cuando penetramos en la sacristía
para salir por la iglesia a nuestras casas, vimos a Dioni delante del catafalco, entonando un responso, vestido con sus
ropas de monaguillo.
- Dies irae, dies illa, solvet saeclum…- Dioni con
cara de seriedad frailuna entonaba a grito pelado el responso.
Nos miramos
Luis y yo sin saber qué hacer. Picados por la curiosidad, nos acercamos
sonriendo, sin tenerlas todas consigo. De pronto, Vicente, con una cara pálida
de difunto, se incorporó por encima del catafalco, dándonos un susto de muerte.
El pánico se apoderó de nuestras mentes, y, sin pensar en la trampa, salimos
corriendo como alma que lleva el diablo. Nos
paramos al final de la iglesia, mientras oíamos cómo nuestros amigos se
reían de nosotros.
-¡Vaya collicas, cobardes, miedicas!
- oíamos a nuestras espaldas mientras corríamos.
-Es que no veas, chiquetes, el miedo que nos ha entrado
al ver a Vicente blanco como un muerto… No pensábamos -titubeé- que iba a estar
allí encima.
Dioni había
blanqueado la cara a Vicente con la cal de un cubo abandonado en el corralillo
por las enjalbegadoras.
Aún no habíamos
superado del todo “la muerte“, pues el
hecho de salir corriendo lo explicaba
todo.
CONTINUARÁ…
Antonio Morena Ruedas.