Don José Aceña, fundador de la Semana Santa Aldeana
Don José Aceña Navarro nació en Lorca un día de mil ochocientos veinticuatro. Estudió Medicina en Madrid, y veinticuatro años después llegó a este su pueblo, como médico titular, donde al llegar le fue agregada la plaza de Granátula, en donde también ejerció la medicina hasta su muerte.
Cuando en mil ochocientos cuarenta y ocho llegó a Aldea, con veinticuatro años, al ver que no celebraban durante la semana santa actos religiosos fuera de la iglesia, y en calzada y Granátula tampoco, pensó en organizar aquí una semana santa, basándose en la semana santa que él conocía, la de su pueblo. Era Lorca entonces un pueblo grande y rico de la provincia de Murcia, donde antes, igual que ahora, muchas familias se habían arruinado colaborando en los gastos que aparejaba la celebración de su Semana Santa. Ha tenido Lorca, y tiene una de las semanas santas más lujosas de las que se celebran en España. y José Aceña Navarro, médico de aquí y de Granátula, muy ilusionado con la Semana Santa que el había vivido en su pueblo, pensó en trasladar aquí una copia reducida de la Semana Santa lorquiana.
Con gran ilusión inició sus contactos en el pueblo, tratando de hacer ver a todos, que para llevar a cabo este proyecto necesitaba su colaboración. Este proyecto no podía ser un proyecto del médico, decía, tiene que ser un proyecto del pueblo. Había que organizar hermandades, había que comprar imágenes, había que hacer túnicas, armaduras y sobre todo había que vertebrar la semana santa para que funcionara, y para eso había que evitar protagonismos que fueran a dar al traste con el proyecto.
Cuando llegó a Aldea Don José Aceña, como médico titular, tenía veinticuatro años. Era un hombre activo, con toda su vida profesional por delante. Al estar vacante la plaza de Granátula, se la adjudicaron a él. Pasaba dos días a la semana consulta en Granátula y cuatro en Aldea. A los enfermos entonces se visitaban en sus casas, y si a alguien le daba un dolor por la noche, el médico tenía que verlo en su casa a la hora que fuera.
Tenía Don José Aceña la costumbre de empezar temprano a trabajar. Los días que iba a pasar consulta a Granátula, salía de su casa a caballo, dos horas antes de que el día llegara. Hacía el viaje de noche. Aldea tenía entonces alrededor de tres mil habitantes, y Granátula, la mitad que Aldea. Lo que hacía, que este médico se tuviera que mover deprisa para cumplir con las obligaciones que como médico tenía. Eran aquellos años tiempos muy difíciles.
Cuando Don José iba a Granátula, le solía salir cerca del Jabalón, de entre las eneas o los carrizos del río, un hombre que había sido miembro de una cuadrilla de salteadores de caminos ( los Paulinos), de la que casi todos ellos eran de Aldea, y al ser éstos indultados por la reina Isabel II, los que encontraron sitio o trabajo donde poder vivir, no volvieron a delinquir. Y los que no lo encontraron, tuvieron que volver otra vez a hacer lo que antes hacían. Este hombre al que me refiero, tenía puesto precio a su cabeza por la justicia. Era hermano de una criada que servía en la casa de Don José, y solía salir a su encuentro, diciendo: Don José, ¿quiere usted que le acompañe? A lo que Don José, siempre contestaba agradeciéndole el ofrecimiento que éste le hacía. Y si iba bien con el tiempo, bajaba del caballo y se fumaba un cigarro con él.
Fue un buen conocedor de la gente en general y de la gente aldeana en particular. Necesitaba muchas personas dispuestas a ponerse el hábito de la hermandad a la que cada uno perteneciera, y esto no era fácil. Había que evitar protagonismos, y para eso fue él quien dio el primer paso. Pensaba, que encontrar gente para la cofradía de la Soledad, y la de los Nazarenos se podía encontrar. Para representar a los apóstoles o a las santas mujeres, seria fácil encontrar gente. Pero encontrar gente para ser soldado romano, representar a quienes prendían y ejecutaban a Jesucristo, era otra cosa.
Para buscar cofrades a las distintas hermandades, celebró reuniones con las personas interesadas en la creación de la semana santa y dejó que ellos solos fueran agrupándose, con arreglo a lo que cada uno sentía Tenía el médico en Aldea una casa grande, en el número cuatro de la calle del Santo. Pienso que al llegar al pueblo tardaría un tiempo en comprarla. Sé que compró primero la casa de la calle del Santo, que era la casa del cura Cambronero, que había muerto poco antes de que él llegara y posteriormente compró un solar o corral en la calle de Oriente y que iba, desde la casa donde vive Agustín Cofrade y su esposa, hasta la actual discoteca. Era entonces la discoteca parte de los corrales de la casa que Valentín Villalón Prado tenía en la calle Real.
Aunque no he leído los estatutos que se hicieron para ser norma, por la que se tenían que regir las Hermandades de la Semana Santa Aldeana, sé que José Aceña Navarro figura como teniente de la Hermandad de los Armaos, y Miguel Jara como capitán. Esto me hace pensar, en el gran cuidado que el fundador de esta Semana Santa tuvo de evitar protagonismos, y que por culpa de ellos, como en tantas otras cosas, la Semana Santa Aldeana, no siguiera adelante. El ejemplo que daba Don José Aceña, era que él iba a participar en ella, como teniente de la hermandad que todos preveían que fuera a tener más reticencias en pertenecer a ella, y Miguel Jara iba a ser el capitán de la cofradía, donde el dueño de la casa donde Miguel trabajaba, que era Don José Aceña figuraba como teniente.
Fueron los armaos, y siguen siendo ahora y desde entonces, la hermandad más lucida y numerosa, que desde su fundación ha contado la Semana Santa Aldeana, ellos han protagonizado siempre los actos más bellos y emotivos. Tanto en el prendimiento como en las procesiones, o en cualquier otro acto donde hayan intervenido.
Mientras Don José Aceña Navarro vivió, los armaos hicieron siempre la instrucción en el corral de su casa, y él como actor, siguió interviniendo en ella mientras vivió. Gracias a su capacidad de trabajo, a su inteligencia, y a la visión que tuvo de los problemas que se le pudieran plantear, logró evitarlos, y ciento sesenta años después, la Semana Santa Aldeana sigue su camino, por los pasos que su fundador le marcara.
Conservo en la casa donde vivo algunas cosas que a él pertenecieron, son cosas de un valor reducido. Estaban en mi casa cuando yo nací. Mi casa había sido su casa. Heredó mi madre esta casa de su tía Elisea Benítez Acevedo, que a su vez la había heredado de su marido, Aureliano Aceña Vállez, único hijo de Don José Aceña Navarro, de quien éste la había heredado. Guardo, entre otras cosas, una manta jerezana adornada con madroños de seda natural, y que ha causado siempre gran admiración entre quienes la han visto. Esta manta, se la regaló un primo suyo, notario en Jerez de la Frontera, en respuesta al regalo de un potro, que éste le había hecho a su primo con anterioridad. Guardo también algunos bocaos, unos estribos, algunos libros, un tris filipino, que conservo en mi despacho y que utilizo para abrir las cartas, regalo que había recibido de su amigo, don Pablo Gurruchaga, capitán de marina aldeano, que después de haber pasado su vida navegando por el Océano Pacifico, volvió a su pueblo, Unió su vida a la de una mujer aldeana, y se quedó a morir en el pueblo donde había nacido. El fue quien trajo las conchas que hay en la Ermita y se utilizan para guardar el agua bendita, que según decía la iglesia sirve para ‘perdonar los pecados veniales de los aldeanos y aldeanas, que allí mojaran su mano’.
Viéndose enfermo de muerte, el mismo se había diagnosticado un cáncer de garganta, viajó a Lorca donde su familia vivía. Viajó con su único hijo, Aureliano de catorce años (la madre de Aureliano había muerto dos años antes en Aldea), y ahora viajaba con su hijo, para dejarlo con su familia y que ésta se encargara de su formación y de la administración de sus bienes.
Debió iniciar este triste y último viaje de su vida, a últimos de agosto, o en los primeros días de septiembre, llegando a Lorca, el cuatro o el cinco de este mes de mil ochocientos setenta y ocho. No sé, si cuando salió de aquí pensara volver para enterrarse con su mujer, o sintiera la llamada de la tierra, y prefiriera morir entre los suyos. El siete de septiembre estuvo en la corrida de toros con su familia. El pueblo donde nació y el pueblo donde vivió y ejerció su profesión, celebraban las ferias los mismos días. Tenían la misma patrona. No sé lo que José Aceña pensara aquella tarde de toros, mientras la gente vociferaba o aplaudía a toros y toreros. ¿ Lo estaba esperando allí la muerte en los tendidos, y no logró verlo entre tanta gente, o lo tenía programado para el día siguiente? .
José Aceña, la mañana del ocho de septiembre de mil ochocientos setenta y ocho, recibió la visita de la Vieja Dama, tenía cincuenta y cuatro años. Había enterrado a su mujer dos años antes. Su único hijo Aureliano Aceña Vállez, tenía catorce el día que su padre murió, y quedaba incrustado en una familia, a la que había conocido tres días antes. Que se tenía que encargar de su formación y de la administración de su herencia. Su padre le dejaba una casa grande, en el número cuatro de la calle del Santo, y bienes que le permitieron vivir hasta el fin de su vida, ejerciendo la cómoda y distinguida profesión de propietario.
Fdo. D. Valentín Villalón
http://valentinvillalon.com/
Don José Aceña Navarro nació en Lorca un día de mil ochocientos veinticuatro. Estudió Medicina en Madrid, y veinticuatro años después llegó a este su pueblo, como médico titular, donde al llegar le fue agregada la plaza de Granátula, en donde también ejerció la medicina hasta su muerte.
Cuando en mil ochocientos cuarenta y ocho llegó a Aldea, con veinticuatro años, al ver que no celebraban durante la semana santa actos religiosos fuera de la iglesia, y en calzada y Granátula tampoco, pensó en organizar aquí una semana santa, basándose en la semana santa que él conocía, la de su pueblo. Era Lorca entonces un pueblo grande y rico de la provincia de Murcia, donde antes, igual que ahora, muchas familias se habían arruinado colaborando en los gastos que aparejaba la celebración de su Semana Santa. Ha tenido Lorca, y tiene una de las semanas santas más lujosas de las que se celebran en España. y José Aceña Navarro, médico de aquí y de Granátula, muy ilusionado con la Semana Santa que el había vivido en su pueblo, pensó en trasladar aquí una copia reducida de la Semana Santa lorquiana.
Con gran ilusión inició sus contactos en el pueblo, tratando de hacer ver a todos, que para llevar a cabo este proyecto necesitaba su colaboración. Este proyecto no podía ser un proyecto del médico, decía, tiene que ser un proyecto del pueblo. Había que organizar hermandades, había que comprar imágenes, había que hacer túnicas, armaduras y sobre todo había que vertebrar la semana santa para que funcionara, y para eso había que evitar protagonismos que fueran a dar al traste con el proyecto.
Cuando llegó a Aldea Don José Aceña, como médico titular, tenía veinticuatro años. Era un hombre activo, con toda su vida profesional por delante. Al estar vacante la plaza de Granátula, se la adjudicaron a él. Pasaba dos días a la semana consulta en Granátula y cuatro en Aldea. A los enfermos entonces se visitaban en sus casas, y si a alguien le daba un dolor por la noche, el médico tenía que verlo en su casa a la hora que fuera.
Tenía Don José Aceña la costumbre de empezar temprano a trabajar. Los días que iba a pasar consulta a Granátula, salía de su casa a caballo, dos horas antes de que el día llegara. Hacía el viaje de noche. Aldea tenía entonces alrededor de tres mil habitantes, y Granátula, la mitad que Aldea. Lo que hacía, que este médico se tuviera que mover deprisa para cumplir con las obligaciones que como médico tenía. Eran aquellos años tiempos muy difíciles.
Cuando Don José iba a Granátula, le solía salir cerca del Jabalón, de entre las eneas o los carrizos del río, un hombre que había sido miembro de una cuadrilla de salteadores de caminos ( los Paulinos), de la que casi todos ellos eran de Aldea, y al ser éstos indultados por la reina Isabel II, los que encontraron sitio o trabajo donde poder vivir, no volvieron a delinquir. Y los que no lo encontraron, tuvieron que volver otra vez a hacer lo que antes hacían. Este hombre al que me refiero, tenía puesto precio a su cabeza por la justicia. Era hermano de una criada que servía en la casa de Don José, y solía salir a su encuentro, diciendo: Don José, ¿quiere usted que le acompañe? A lo que Don José, siempre contestaba agradeciéndole el ofrecimiento que éste le hacía. Y si iba bien con el tiempo, bajaba del caballo y se fumaba un cigarro con él.
Fue un buen conocedor de la gente en general y de la gente aldeana en particular. Necesitaba muchas personas dispuestas a ponerse el hábito de la hermandad a la que cada uno perteneciera, y esto no era fácil. Había que evitar protagonismos, y para eso fue él quien dio el primer paso. Pensaba, que encontrar gente para la cofradía de la Soledad, y la de los Nazarenos se podía encontrar. Para representar a los apóstoles o a las santas mujeres, seria fácil encontrar gente. Pero encontrar gente para ser soldado romano, representar a quienes prendían y ejecutaban a Jesucristo, era otra cosa.
Para buscar cofrades a las distintas hermandades, celebró reuniones con las personas interesadas en la creación de la semana santa y dejó que ellos solos fueran agrupándose, con arreglo a lo que cada uno sentía Tenía el médico en Aldea una casa grande, en el número cuatro de la calle del Santo. Pienso que al llegar al pueblo tardaría un tiempo en comprarla. Sé que compró primero la casa de la calle del Santo, que era la casa del cura Cambronero, que había muerto poco antes de que él llegara y posteriormente compró un solar o corral en la calle de Oriente y que iba, desde la casa donde vive Agustín Cofrade y su esposa, hasta la actual discoteca. Era entonces la discoteca parte de los corrales de la casa que Valentín Villalón Prado tenía en la calle Real.
Aunque no he leído los estatutos que se hicieron para ser norma, por la que se tenían que regir las Hermandades de la Semana Santa Aldeana, sé que José Aceña Navarro figura como teniente de la Hermandad de los Armaos, y Miguel Jara como capitán. Esto me hace pensar, en el gran cuidado que el fundador de esta Semana Santa tuvo de evitar protagonismos, y que por culpa de ellos, como en tantas otras cosas, la Semana Santa Aldeana, no siguiera adelante. El ejemplo que daba Don José Aceña, era que él iba a participar en ella, como teniente de la hermandad que todos preveían que fuera a tener más reticencias en pertenecer a ella, y Miguel Jara iba a ser el capitán de la cofradía, donde el dueño de la casa donde Miguel trabajaba, que era Don José Aceña figuraba como teniente.
Fueron los armaos, y siguen siendo ahora y desde entonces, la hermandad más lucida y numerosa, que desde su fundación ha contado la Semana Santa Aldeana, ellos han protagonizado siempre los actos más bellos y emotivos. Tanto en el prendimiento como en las procesiones, o en cualquier otro acto donde hayan intervenido.
Mientras Don José Aceña Navarro vivió, los armaos hicieron siempre la instrucción en el corral de su casa, y él como actor, siguió interviniendo en ella mientras vivió. Gracias a su capacidad de trabajo, a su inteligencia, y a la visión que tuvo de los problemas que se le pudieran plantear, logró evitarlos, y ciento sesenta años después, la Semana Santa Aldeana sigue su camino, por los pasos que su fundador le marcara.
Conservo en la casa donde vivo algunas cosas que a él pertenecieron, son cosas de un valor reducido. Estaban en mi casa cuando yo nací. Mi casa había sido su casa. Heredó mi madre esta casa de su tía Elisea Benítez Acevedo, que a su vez la había heredado de su marido, Aureliano Aceña Vállez, único hijo de Don José Aceña Navarro, de quien éste la había heredado. Guardo, entre otras cosas, una manta jerezana adornada con madroños de seda natural, y que ha causado siempre gran admiración entre quienes la han visto. Esta manta, se la regaló un primo suyo, notario en Jerez de la Frontera, en respuesta al regalo de un potro, que éste le había hecho a su primo con anterioridad. Guardo también algunos bocaos, unos estribos, algunos libros, un tris filipino, que conservo en mi despacho y que utilizo para abrir las cartas, regalo que había recibido de su amigo, don Pablo Gurruchaga, capitán de marina aldeano, que después de haber pasado su vida navegando por el Océano Pacifico, volvió a su pueblo, Unió su vida a la de una mujer aldeana, y se quedó a morir en el pueblo donde había nacido. El fue quien trajo las conchas que hay en la Ermita y se utilizan para guardar el agua bendita, que según decía la iglesia sirve para ‘perdonar los pecados veniales de los aldeanos y aldeanas, que allí mojaran su mano’.
Viéndose enfermo de muerte, el mismo se había diagnosticado un cáncer de garganta, viajó a Lorca donde su familia vivía. Viajó con su único hijo, Aureliano de catorce años (la madre de Aureliano había muerto dos años antes en Aldea), y ahora viajaba con su hijo, para dejarlo con su familia y que ésta se encargara de su formación y de la administración de sus bienes.
Debió iniciar este triste y último viaje de su vida, a últimos de agosto, o en los primeros días de septiembre, llegando a Lorca, el cuatro o el cinco de este mes de mil ochocientos setenta y ocho. No sé, si cuando salió de aquí pensara volver para enterrarse con su mujer, o sintiera la llamada de la tierra, y prefiriera morir entre los suyos. El siete de septiembre estuvo en la corrida de toros con su familia. El pueblo donde nació y el pueblo donde vivió y ejerció su profesión, celebraban las ferias los mismos días. Tenían la misma patrona. No sé lo que José Aceña pensara aquella tarde de toros, mientras la gente vociferaba o aplaudía a toros y toreros. ¿ Lo estaba esperando allí la muerte en los tendidos, y no logró verlo entre tanta gente, o lo tenía programado para el día siguiente? .
José Aceña, la mañana del ocho de septiembre de mil ochocientos setenta y ocho, recibió la visita de la Vieja Dama, tenía cincuenta y cuatro años. Había enterrado a su mujer dos años antes. Su único hijo Aureliano Aceña Vállez, tenía catorce el día que su padre murió, y quedaba incrustado en una familia, a la que había conocido tres días antes. Que se tenía que encargar de su formación y de la administración de su herencia. Su padre le dejaba una casa grande, en el número cuatro de la calle del Santo, y bienes que le permitieron vivir hasta el fin de su vida, ejerciendo la cómoda y distinguida profesión de propietario.
Fdo. D. Valentín Villalón
http://valentinvillalon.com/