El rescate de “El Corregidor de Almagro”
Mucho se ha hablado y comentado en Aldea del Rey acerca de este libro, hasta el punto de rodearle de una cierta aura mítica, como si se tratase de una especie de grimorio o manuscrito misterioso de épocas pretéritas. Recuerdo que en mi niñez ya se me despertó el prurito de leerlo; mi madre me refería maravillas de él, aun sin haberlo leído: que si contaba muchas cosas antiguas del pueblo, que si refería la existencia de un pasadizo secreto entre el Palacio de Clavería y la iglesia parroquial, que si hablaba de la hija de un rey refugiada en Aldea, etcétera. Vamos, que realmente mi deseo de leerlo se tornó incontenible. Y a menudo ocurre que lo más deseable es al mismo tiempo lo más inaccesible.
Corrían los años 80. Yo sabía de la existencia de un ejemplar en la biblioteca del pueblo, que a casi nadie le era prestado. Fortuitamente me enteré de que mi tío don Emilio Villanueva Villalón (esposo de mi tía doña María Zapata Benítez) consiguió un ejemplar de la novela, de una edición en rústica de los años 50, y lo guardaba como oro en paño.
En 1987 don Ramón Zamora Morales (entonces concejal de cultura) le pidió a mi tío que le prestase el libro para fotocopiarlo, pues el ejemplar de la biblioteca estaba en un estado de grave deterioro. De ahí surgió la posibilidad de encargar varias copias encuadernadas, y, si la memoria me es fiel, se realizaron las siguientes:
1ª Ramón Zamora se quedó con dos copias para los fondos de la biblioteca, y acaso una más para uso particular.
2ª Mi madre (doña Felicidad Zapata Benítez) encargó una copia para mí y otra para regalársela a mi ex cuñado en su cumpleaños.
3ª Mi tío Emilio le cambió las pastas a su ejemplar original e hizo otra copia más para uso particular.
La calidad de las fotocopias dejaba bastante que desear, pese a lo excelente de la encuadernación en tapa dura. A menudo se precisaba hacer uso de la lupa para leer algunos fragmentos de la novela. Mal que bien, era una edición que se podía leer, aunque, eso sí, con gran esfuerzo de la vista.
A comienzos de los años 90, mi prima doña María del Pilar Sanz Molina me pidió mi copia para leerla. Entonces vivía en Valencia, y venía al pueblo muy de allá para cuando. Le presté, pues, el libro.
A su regreso, me lo devolvió y me dijo que lo había pasado a máquina, pues la letra original en ocasiones resultaba ilegible. Vi que había realizado un trabajo bastante pulcro y de una paciencia admirable, a semejanza de un monje copista de la Edad Media.
El verano pasado volvimos a rescatar la novela, por cuanto mi prima María del Carmen Sanz Molina deseaba una copia impresa del ejemplar de su hermana Pili, y fue ahí donde me rondó el deseo de digitalizarlo de alguna forma, a efectos de preservar tan mítica novela de los ultrajes del tiempo.
A todo esto, me enteré de que se habían extraviado los ejemplares de mi tío Emilio, y además me llegó el rumor (aún por confirmar) de que los ejemplares de la biblioteca del pueblo también habían desaparecido. A poco que nos descuidásemos, Aldea del Rey se encontraría a pique de quedarse sin una parte principal de su legado bibliográfico.
La clave del rescate estaba en el ejemplar mecanografiado de mi prima Pili, pues lo tenía pulcramente encuadernado en una carpeta de anillas, de tamaño de cuartilla. El papel ya empezaba a acusar el paso del tiempo, y la digitalización del trabajo se imponía de manera perentoria.
Supe de la existencia de un escáner rápido que convertía en cuestión de segundos documentos escritos en archivos pdf, y no vacilé en hacer uso de tan estupenda herramienta a efectos de rescatar “El Corregidor de Almagro”.
La obra, por requerimientos técnicos, se ha debido fragmentar en ocho partes y son las que iremos ofreciendo en nuestro habitual formato de publicación. Se trata de un libro completamente descatalogado, y es de presumir que queden algunos ejemplares en el archivo de la Biblioteca Nacional.
Resta añadir que el autor de esta novela (Manuel Fernández y González) falleció en 1888, por lo que sus obras han entrado en el “dominio público” al haber transcurrido más de cien años desde su defunción, y este trabajo que presentamos puede ser considerado legalmente una reedición, sin tener que atender a derechos de autor. Como nota curiosa, Manuel Fernández y González (1821-1888) se especializó en novelas de capa y espada, al estilo de Alejandro Dumas, y se valió de la colaboración de muchos autores considerados como “negros”, alguno de ellos muy ilustre, como es el caso de Vicente Blasco Ibánez (1867-1928).
Esta edición no hubiera sido posible sin la voluntad, el trabajo y la tenacidad de mi prima Pilar Sanz, que invirtió muchas horas y esfuerzos en trasladar esta novela a un formato de lectura más cómodo. E igualmente es de agradecer la amabilidad que tuvo mi tío Emilio Villanueva (que en paz descanse) al prestar el libro del cual arrancaron todas las demás copias.
Esperamos que la presente sea del agrado de tod@s los aldean@s y puedan disfrutar en la era digital de una obra que les atañe y ha sido rescatada tras una concienzuda labor de arqueología literaria. Y me cabe el orgullo personal de que mi familia ha estado implicada de lleno en tan hermosa tarea.
Iremos ofreciendo el libro en sucesivas entregas.
Mucho se ha hablado y comentado en Aldea del Rey acerca de este libro, hasta el punto de rodearle de una cierta aura mítica, como si se tratase de una especie de grimorio o manuscrito misterioso de épocas pretéritas. Recuerdo que en mi niñez ya se me despertó el prurito de leerlo; mi madre me refería maravillas de él, aun sin haberlo leído: que si contaba muchas cosas antiguas del pueblo, que si refería la existencia de un pasadizo secreto entre el Palacio de Clavería y la iglesia parroquial, que si hablaba de la hija de un rey refugiada en Aldea, etcétera. Vamos, que realmente mi deseo de leerlo se tornó incontenible. Y a menudo ocurre que lo más deseable es al mismo tiempo lo más inaccesible.
Corrían los años 80. Yo sabía de la existencia de un ejemplar en la biblioteca del pueblo, que a casi nadie le era prestado. Fortuitamente me enteré de que mi tío don Emilio Villanueva Villalón (esposo de mi tía doña María Zapata Benítez) consiguió un ejemplar de la novela, de una edición en rústica de los años 50, y lo guardaba como oro en paño.
En 1987 don Ramón Zamora Morales (entonces concejal de cultura) le pidió a mi tío que le prestase el libro para fotocopiarlo, pues el ejemplar de la biblioteca estaba en un estado de grave deterioro. De ahí surgió la posibilidad de encargar varias copias encuadernadas, y, si la memoria me es fiel, se realizaron las siguientes:
1ª Ramón Zamora se quedó con dos copias para los fondos de la biblioteca, y acaso una más para uso particular.
2ª Mi madre (doña Felicidad Zapata Benítez) encargó una copia para mí y otra para regalársela a mi ex cuñado en su cumpleaños.
3ª Mi tío Emilio le cambió las pastas a su ejemplar original e hizo otra copia más para uso particular.
La calidad de las fotocopias dejaba bastante que desear, pese a lo excelente de la encuadernación en tapa dura. A menudo se precisaba hacer uso de la lupa para leer algunos fragmentos de la novela. Mal que bien, era una edición que se podía leer, aunque, eso sí, con gran esfuerzo de la vista.
A comienzos de los años 90, mi prima doña María del Pilar Sanz Molina me pidió mi copia para leerla. Entonces vivía en Valencia, y venía al pueblo muy de allá para cuando. Le presté, pues, el libro.
A su regreso, me lo devolvió y me dijo que lo había pasado a máquina, pues la letra original en ocasiones resultaba ilegible. Vi que había realizado un trabajo bastante pulcro y de una paciencia admirable, a semejanza de un monje copista de la Edad Media.
El verano pasado volvimos a rescatar la novela, por cuanto mi prima María del Carmen Sanz Molina deseaba una copia impresa del ejemplar de su hermana Pili, y fue ahí donde me rondó el deseo de digitalizarlo de alguna forma, a efectos de preservar tan mítica novela de los ultrajes del tiempo.
A todo esto, me enteré de que se habían extraviado los ejemplares de mi tío Emilio, y además me llegó el rumor (aún por confirmar) de que los ejemplares de la biblioteca del pueblo también habían desaparecido. A poco que nos descuidásemos, Aldea del Rey se encontraría a pique de quedarse sin una parte principal de su legado bibliográfico.
La clave del rescate estaba en el ejemplar mecanografiado de mi prima Pili, pues lo tenía pulcramente encuadernado en una carpeta de anillas, de tamaño de cuartilla. El papel ya empezaba a acusar el paso del tiempo, y la digitalización del trabajo se imponía de manera perentoria.
Supe de la existencia de un escáner rápido que convertía en cuestión de segundos documentos escritos en archivos pdf, y no vacilé en hacer uso de tan estupenda herramienta a efectos de rescatar “El Corregidor de Almagro”.
La obra, por requerimientos técnicos, se ha debido fragmentar en ocho partes y son las que iremos ofreciendo en nuestro habitual formato de publicación. Se trata de un libro completamente descatalogado, y es de presumir que queden algunos ejemplares en el archivo de la Biblioteca Nacional.
Resta añadir que el autor de esta novela (Manuel Fernández y González) falleció en 1888, por lo que sus obras han entrado en el “dominio público” al haber transcurrido más de cien años desde su defunción, y este trabajo que presentamos puede ser considerado legalmente una reedición, sin tener que atender a derechos de autor. Como nota curiosa, Manuel Fernández y González (1821-1888) se especializó en novelas de capa y espada, al estilo de Alejandro Dumas, y se valió de la colaboración de muchos autores considerados como “negros”, alguno de ellos muy ilustre, como es el caso de Vicente Blasco Ibánez (1867-1928).
Esta edición no hubiera sido posible sin la voluntad, el trabajo y la tenacidad de mi prima Pilar Sanz, que invirtió muchas horas y esfuerzos en trasladar esta novela a un formato de lectura más cómodo. E igualmente es de agradecer la amabilidad que tuvo mi tío Emilio Villanueva (que en paz descanse) al prestar el libro del cual arrancaron todas las demás copias.
Esperamos que la presente sea del agrado de tod@s los aldean@s y puedan disfrutar en la era digital de una obra que les atañe y ha sido rescatada tras una concienzuda labor de arqueología literaria. Y me cabe el orgullo personal de que mi familia ha estado implicada de lleno en tan hermosa tarea.
Iremos ofreciendo el libro en sucesivas entregas.
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Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).
http://eljardinerodelasnubes.blogspot.com/