Con el advenimiento de las fiestas de septiembre, se le solía avivar a doña Francisca la vena nostálgica; proyectaba su mirada poética a tiempos lejanos y a recuerdos casi borrados. Muchos se lo agradecíamos, pues hay bastantes historias de Aldea que no están escritas, y, por lo mismo, en peligro de desaparecer en el olvido.
En el poema de hoy, doña Francisca nos conduce a una época que ya casi cuenta un siglo de antigüedad. Una época de sentimiento e ingenuidad, de trabajo y (¿por qué no decirlo?) de alegría.
Aunque en su haber poético no escasearan encendidas plegarias a la patrona de Aldea, siempre gustaba de mandar a los programas de fiestas poemas de clara visión retrospectiva.
Disfruten del que hoy les ofrecemos. Verán que no tiene desperdicio.
EN LAS FIESTAS DE ALDEA DEL REY, ALLÁ POR LOS AÑOS 20
Otra vez llegan las fiestas
de nuestro pueblo querido,
que sabe dar su amistad
respeto amor y cariño.
Recordar nuestros ayeres
he querido en este día,
con una gota de humor
porque la gente se ría.
Allá por los años veinte
aquella aldea sencilla,
en canciones y tonadas
los mozos se divertían.
Casas de tapiales blancas
un patio tenían de entrada,
con un pozo en un rincón
una higuera y una parra.
Y allí mismo un portalón
con nidos de golondrinas,
un botijo de agua fresca
y corrida una cortina.
Y aquel enamorado
que en la noche callada,
siempre lleva una canción
al bordón de su guitarra.
Sal a la reja mi niña
aquí me tienes cantando,
mira que vengo sin manta
mira que estoy tiritando.
Había chicos ingenuos
que al declarar sus amores,
tenían que aprenderse un verso
les decían los mayores.
Y con su verso aprendido
entre serio y sonriente,
se iba a expresar a la moza
caminito de la fuente.
Y cuando ésta llegaba
muy estirao le decía,
ponte derecha, cuádrate,
si me gustas te lo diré.
El joven se sonreía
la niña se sonrojaba,
le pesaba en la cadera
el cantarillo de agua.
Cuando empieza la noviez
los regalos se intercambian,
la novia regala pañuelos
y el novio… tres docenas
de navajas…
Y aquellos fantasmas
que asustaban por las calles,
y un muchacho descubrió
que un fantasma era su padre.
Y aquellos atardeceres
en los días del estío,
era un paisaje aldeano
hermoso, manso y bravío.
Con acentos y rumores
y el volar del pensamiento,
la plegaria del arroyo
y alegres risas del viento.
Eran como un hormiguero
los campos y los caminos,
era un conjunto de cosas
que alegraban los sentidos.
Los carros llenos de mies
y entre carros las galeras,
¡arre mullida torda!
¡arre mula trotera!
a beber agua fresca al pilón
que ya esta cerca la era.
Por los carriles y los rastrojos
iba cantando la espigadora,
con sudor en la cara
y en el pelo prendida una amapola.
Y el segador en su burro
venía tocando su caracola,
y el perro alegre que ladra
moviendo la cola.
Qué bonito era vivir
aquellos atardeceres,
donde se abría la flor
dando a la abeja sus mieles…
FRANCISCA BENÍTEZ
El jardinero de las nubes.
http://eljardinerodelasnubes.blogspot.com/
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