lunes, 4 de mayo de 2009

REFLEXIONES SOBRE EL ARTE DE FELICIANO MOYA


Un viejo adagio dice que sólo los grandes genios son autodidactas. Feliciano sintió desde muy joven el prurito de vencer los vacíos blancos que le presentaban los blocs de dibujo y los lienzos de caballete. Empezó a experimentar con los colores, las formas cambiantes, las perspectivas, las sombras, los cendales de niebla, los horizontes etéreos... Y así, poco a poco, haciendo uso de la técnica ensayo-error, sin mano que guiara sus pinceladas, el arte, la idea que albergaba en su interior, fue afianzando perfiles. De esta manera, comenzó a gestarse el embrión de lo que hoy es su maestría actual.
En aquellos áridos tiempos de aprendizaje, Feliciano escuchó muchas voces que trataron de disuadirle de seguir adelante con sus inclinaciones. Los artistas siempre han sido bichos raros, y Feliciano, pese a su natural apacible y agradable trato, presentó una égida de rebeldía ante aquéllos que le aconsejaban que buscase rumbos más lucrativos a su existencia. La pintura era su verdadera vida, y, no desfalleciendo en su noble empeño, demostró lo que sólo muy pocos artistas del pincel han dejado entrever: sus venas no eran regadas por la sangre de los mortales, sino por la pintura de las obras inmortales.
El arte de Feliciano, a mi juicio, aúna la herencia de los paisajistas holandeses del Siglo de Oro con los rasgos del tan denostado como admirado movimiento impresionista francés del siglo XIX. Con todo y con eso, la singularidad de Feliciano reside en su particular concepto del color y en su secreto para plasmar las nebulosidades de la Naturaleza. He aquí su desafío a los cánones del arte y el logro por el cual la posteridad habrá de tenerle entre sus elegidos. Por más que se bucee en la historia del arte, no podrá encontrarse otro ejemplo de un trazo de la bruma y de la lluvia tan bien traído como el que ha salido de la paleta de Feliciano. Sus bodegones y sus escenarios crepusculares implican un conocimiento profundo y una puesta en práctica de todos los recursos pictóricos, teniendo además en cuenta que Feliciano se ha apoderado de los mismos por vía de su olfato intuitivo; la intuición ha estado presente en todas las grandes obras de la humanidad, y, en este caso, la rebeldía de Feliciano a seguir los senderos trillados han hecho de él un artista singular, un hombre que, huyendo del reconocimiento mundano, está llamado a ocupar un sitio honorífico entre las pléyades de la pintura.
Aquí tienen a Feliciano Moya, pintor de la luz y los paisajes del manchego Campo de Calatrava, de la bruma y las espumas del mar, de los árboles y los cielos distantes, de las naturalezas muertas, a las que con su trazo magistral sabe investir de una vida latente y de un sentimiento sin parangón.
Los cuadros de Feliciano no son de ésos que se ven sólo una vez y al momento pasan al olvido; por el contrario, se trata de ágiles trabajos que se apoderan de nuestra alma e intelecto, y su vista siempre nos acompaña, aunque pasemos años apartados de ellos.
Quien desee adquirir un conocimiento más exhaustivo de la obra de tan eximio pintor, puede acudir a la siguiente dirección web:
http://www.feliciano-moya.es/

Asimismo, si viajan a Ciudad Real capital, no pierdan la oportunidad de visitar su particular “Capilla Sixtina”, ubicada en el salón de convenciones del hotel “Doña Carlota”. No quedarán defraudados; es más, quedarán hechizados por esa sinfonía de colores, que constituye un homenaje y un testimonio de amor profundo a la provincia que vio nacer a este genial pintor.

Ilustración: "Verdor", de Feliciano Moya.
El jardinero de las nubes.
http://eljardinerodelasnubes.blogspot.com/

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